¿Tiene sentido seguir editando libros hoy?

No me preguntes que superpoder me gustaría tener. A los ojos de muchos lo despilfarraría en una petición para la que no hace falta la intercesión de la magia: desearía tener el superponer de leer muy rápido.

Me fascina la gente que se ventila un libro de trescientas y pico páginas en un fin de semana; uno de ciento cincuenta en una tarde; y la biografía de Winston Churchill en una semana. Me falta velocidad, técnica para la lectura en diagonal y descarto poseer la capacidad de concentración para mantenerme tanto tiempo frente al libro abierto. Y sin embargo, envidio profundamente la posibilidad de alcanzar esa actitud de sosiego del yonki de la lectura, ausente del mundo mientras sostiene un libro entre sus manos. Lo entiendo como un estado superior de conciencia; un nirvana mental.
Adoro los libros, como objetos en sí mismos. Puedo pasar horas en una librería. El tamaño, la portada, la tipografía interior, la maquetación, el tacto y la relación de todos estos elementos en conjunto son la promesa de una historia. Si está bien hecho, y por bien hecho entiendo con cariño y esmero en los detalles, el resultado es un objeto de deseo que seguramente guarde en su interior una historia digna de ser leída. Comprendo que este criterio para adquirir cultura no es muy ortodoxo intelectualmente hablando, pero como diseñador que soy –y carente del super poder que deseo– entenderás que busque caminos que me acerquen al paraíso de la lectura aunque sea por carreteras secundarias.

Hacía tiempo que no me llegaba un proyecto editorial, quizás por eso disfruté tanto cuando desde la dirección de Juventud del Gobierno de Navarra me pusieron este reto sobre la mesa. Se trataba de editar un libro resultado de un concurso convocado para jóvenes entre 14 y 30 años en lengua castellana y euskera indistintamente, extensión limitada a menos de 500 palabras y con temática definida: las relaciones de igualdad. El reto consistía en dotar de una imagen uniforme a un conjunto de relatos dispares en estilo e historias, al tiempo que manteníamos la personalidad de cada autor.

Planteamiento del diseño:

  1. Portada: destacar de una manera neutra las bases del concurso sin añadir prejuicios sobre el tema. Creación de la imagen-logo 500 que hace referencia al número máximo de palabras de la historia.
    Ilustración: Creación de un icono por cada uno de los microrrelatos que ilustre su contenido. Una forma muy aséptica y uniforme para todo el libro de poder contar la historia en imágenes de manera que un mismo estilo gráfico valga para cualquier estilo literario.
  2. Tipografía: Cabeceras de capítulo con tipografía Futura Bold. Cuerpo de texto en fuente XX. La primera, sin serifa, en consonancia con el carácter geométrico de los iconos-ilustración que encabezan cada relato. La segunda, esta ya si, con serifa, da calidez y toque personal a los relatos.
  3. Estructura interna del libro: la dirección de Juventud con la edición de este libro quería premiar la participación e implicación de los jóvenes en este tema social tan importante como es la igualdad de genero. Destacar el hecho de la existencia de la premisa de un concurso literario con ganadores de por medio no era el objetivo principal. Así se tomaron dos decisiones importantes en cuanto a la estructura del libro: por un lado los textos se distribuyeron en orden alfabético –premiados incluidos–, por lo que a todos los participantes se les otorgaba la misma relevancia anteponiendo las personas a sus logros. Y por otro lado, junto al índice alfabético de los autores se creó un segundo indice de obras de carácter aleatorio que invita a la interacción y al juego. Este índice de obras consiste en una doble página en la que aparece el nombre de cada obra dentro de un círculo de manera que incita a que el lector pueda pasar el dedo con los ojos cerrados sobre las páginas y allí donde se detenga leer el microrrelato seleccionado. Una manera diferente y lúdica de afrontar la lectura de la que me siento especialmente satisfecho.

Un libro encierra un tesoro en potencia. Incluso los desaliñados piratas no guardaban sus preciados botines de cualquier manera: usaban cofres. Diseñemos libros como si fuesen cofres que deseemos encontrar; libros que inviten a ser encontrados, sean abiertos y leídos; objetos que den pistas del contenido que encierran: tesoros en forma de historias.

Hoy, no más que nunca pero si como siempre, editar libros sigue teniendo sentido.